Es el gran dilema para muchas familias venezolanas.
Nuestro país siempre ha sido un territorio de inmigrantes y nunca de
emigrantes. Las pocas familias que se iban al exterior, durante los gobierno de
Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez,
no estaban huyendo por problemas económicos, sino políticos, ante las
férreas dictaduras que no solamente imperaban en Venezuela, sino en el resto
del continente.
Sin embargo, en el
caso venezolano fueron más los que llegaron que los que se fueron. Los
europeos, cansados de los avatares de la segunda guerra mundial, especialmente
los españoles, perseguidos por no compartir las imposiciones del gobierno
franquista, los italianos que huyeron perseguidos por el fascismo, los alemanes
que se refugiaron en la posguerra en Brasil y Argentina, y otros que escapaban de
la depresión que se produjo al caer el “eje”,
emigraron hacia los Estados Unidos, Venezuela, Brasil y otros países
como Uruguay y Argentina, aunque debemos aclarar que en el Sur de América
Latina, la inmigración se produjo durante la primera guerra mundial, y tal vez
antes.
No es por
casualidad, que una de las zonas residenciales más importantes de Buenos Aires
se llame Palermo, capital de Sicilia, ni que la mayoría de los argentinos
tengan algún apellido italiano.
Pero, esos
inmigrantes, que hicieron fortunas con su trabajo, no todos, jamás pensaron que
sus nietos querrían regresar al viejo continente y hacia EE.UU. Australia o Canadá. Emigrar,
para los que habían sido hijos o nietos de inmigrantes, representaba casi un
fracaso de todos los esfuerzos invertidos por varias generaciones.
Los colombianos,
ecuatorianos, salvadoreños, nicaragüenses y de otros países de América Latina,
tal vez con alguna excepción de Brasileños y Mexicanos, se fueron despavoridos
hacia Europa y EE.UU. por la situación económica. Allí encontramos ingenieros
sirviendo de mesoneros, limpiando baños, de plomeros y otras actividades
menores, que lo que ellos potencialmente
podían dar. Pero, no quedaba otro remedio, había que buscarse el sustento y
dejar de lado los títulos académicos.
Ahora le toca a
Venezuela. País que no está en los genes de su gente, emigrar. Tierra de
Gracia, dijera Cristóbal Colón, a quién eliminaron todas sus estatuas, creyendo
que así iban a rescatar la Venezuela pre colombina, cuya escasez de cultura se
refleja en las pocas obras que dejaron los Caribes y otros poblaciones,
culturas nómadas, a diferencia de los aztecas, mayas, incas y otras, que se asentaron y formaron una cultura del
saber que sorprendieron a los conquistadores.
Aparte de los
palafitos en el Zulia, que algún alucinado español trató de asemejar a Venecia,
de cuyo nombre viene Venezuela, aquí no hubo más nada.
Emigrar
Un país, como el
nuestro, con universidades públicas que han permitido formar recursos de
primera categoría, y que gracias a lo que era Pdvsa, el BCV, el IVIC, Intevep,
la Universidad Simón Bolívar, la UCV y otras instituciones, lograron posgrados
y doctorados en las mejores universidades del mundo, hoy somos los parias del
mundo.
Pero, ese
conocimiento, que hoy todavía perdura a pesar de la ignorancia impuesta, ha
hecho que los profesionales criollos se conviertan en una diáspora, en todos
los países del mundo. Los venezolanos no llegamos en balsas ni canoas, llegamos
por avión y con títulos académicos de primer orden y con unas grandes ganas de
trabajar y competir.
No tengo ningún
consejo útil, pero para aquellos que están solteros o recién casados, si tienen
habilidades superiores a los países a
los cuáles quieren emigrar, háganlo. Vendrán otros tiempos. Aunque le paguen
2.000 dólares, que es lo que se debe pagarle a un profesional, son divisas que permitirán
mantenerlos a ellos y envírales algo a su familia.
Atrévanse. Emigren
los que puedan. Para recuperar a éste país, hará falta por lo menos 15 años. Es
la verdad, yo no soy político ni demagogo y además soy hijo de inmigrantes. Qué
pena. Casi me da ganas de llorar.
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