Hay varios países, especialmente en América Latina,
aparte de los regímenes dictatoriales o aquellos dominados por gobiernos
“religiosos”, en los que imponen
restricciones a sus ciudadanos mayores de edad para adquirir licores en ciertas
fechas y otros lo prohíben en absoluto. Imagínense a los italianos, franceses,
alemanes y otros, que sus gobiernos les impidan comprar una botella de vino o cerveza
o consumirla en un restaurantes, en
ciertas fechas. O que los británicos se priven de adquirir una botella de
whisky. Sería un escándalo que afectaría al gobierno que determine dicha
prohibición.
Sin embargo en Perú, Colombia, Ecuador, Chile y Venezuela, entre otros, es ya una costumbre
que en fechas electorales se aplique la “ley seca”, supuestamente para que los
electores no se queden dormidos y vayan a votar o para evitar escándalos en
esos momentos que puedan traer desórdenes. También se aplica en ciertas
ocasiones, por ejemplo en Navidad, en el caso venezolano.
Es lógico y prudente
que no se permita la venta de alcohol en carreteras y autopistas, terminales de
pasajeros y que las autoridades controlen a los conductores, mediante el
“alcoholímetro”, ya que es una medida sensata que permite disminuir los
accidentes de tránsito producto de la ingesta de bebidas espirituosas. También
resulta prudente que no se consuma alcohol en sitios públicos, como plazas o
parques, cines o simplemente en las calles.
Sin embargo, estas medidas deben tener un límite
racional. No todo el mundo tiene una bodega en su casa. Son las personas más
humildes las que deben acudir en días prohibidos por Ley Seca para adquirir una
botella de licor, bien sea por un cumpleaños o por la llegada imprevista de
amigos y familiares.
Por lo general, las prohibiciones en el despacho
de licores lo que hacen es generar mercados negros, en los que se sigue
despachando a un precio más alto y en los que se perjudican los consumidores y
ganan las autoridades que controlan las zonas, con el porcentaje que obtienen
por “cerrar los ojos” ante las transacciones.
Aunque las medidas son temporales, en ciertas
fechas, la demanda sigue consiguiendo oferta, especialmente en zonas populares,
muy poco controladas por las autoridades y si logran penetrar obtienen su
tajada por permitir la venta. En otras palabras, las prohibiciones se
convierten en un gran negocio para la corrupción.
Hay que recordar que la prohibición más conocida
fue la implementada en la Constitución
de los Estados Unidos (conocida como Ley Volstead) que no permitía la manufactura,
venta, transporte, importación o
exportación de bebidas alcohólicas. La prohibición provocó un aumento considerable del crimen
organizado. Basta recordar al famoso Al Capone y otros jefes mafiosos estadounidenses. Esa ley
fue derogada en el año 1933, por las graves consecuencias que trajo en la
conformación de las mafias y de numerosas muertes producto del consumo de
alcohol producido en alambiques sin las mínimas condiciones higiénicas ni la
pericia debida en la producción de esas bebidas.
Todo esto viene al caso, debido al anuncio de la
ministra para las Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Carmen Meléndez, que
indicó restricciones en la venta de bebidas en distribuidores,
licorerías, restaurantes y bares a partir del día de hoy hasta el 27
de diciembre, retomando desde el 2 al 10 de enero.
Dijo que las licorerías podrán expender estos
productos desde las 11 am a 6pm, los restaurantes a partir de las 12 pm hasta
las 11 pm, hoteles y centros sociales desde las 11 am hasta la 1 am y los clubes
nocturnos desde las 7 de la noche hasta la 1 de la mañana. Se nota cierta flexibilidad en la
disposición, pero el problema no es el control del expendio sino las
limitaciones de las libertades de consumo de los ciudadanos mayores de edad,
que deben acatar lo que dispongan los gobiernos “paternalistas”.
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