Óscar Arias Sánchez, ex Presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz habla sobre situación actual de Venezuela |
Aunque
el discurso del ex Presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez (1986-1990 y
2006-2010) no es nuevo, fue redactado
para asistir a la invitación en la que concurrieron al final dos ex presidentes
a la cita en Venezuela, además para solicitar la liberación de Leopoldo López,
detenido en la cárcel militar en Ramo Verde, Los Teques, Estado Miranda, Venezuela,
por su importancia lo reproducimos. Lo
escrito queda. Y por un hombre calificado y nombrado como Premio Nobel de la
Paz (1987).
“No sé cuántas veces
hemos creído, a lo largo de los últimos 15 años, que Venezuela está al borde
del cambio, que ya no puede soportar, que algo tiene que ceder. Y sin embargo,
el régimen chavista ha persistido a pesar de los augurios que desde sus inicios
vaticinan el fin inminente de la revolución bolivariana. ¿Qué explica esta
resiliencia? ¿Cómo se entiende que un sistema claramente anti-democrático haya
logrado resistir tantas presiones y continúe, al menos hasta hace poco,
recibiendo el apoyo del electorado?
Sobre
esto se han escrito volúmenes y se escribirá todavía mucho más. Venezuela al
inicio del siglo XXI seguirá fascinando a los académicos y los analistas
durante décadas por venir. Pero es innegable que dos piedras angulares de la
supervivencia del régimen chavista han sido el desempeño económico, sustentado
sobre el comercio del petróleo, y la popularidad de su líder (en su momento
Hugo Chávez y después, en menor medida, Nicolás Maduro). Creo que todos podemos
coincidir en que estas dos fuerzas se encuentran hoy en el peor estado
registrado desde 1999. La acelerada caída en el precio internacional del
petróleo, y el consecuente deterioro de las condiciones fiscales de un gobierno
que acapara casi la totalidad de los servicios esenciales, han impactado la
vida cotidiana de los venezolanos en una forma que, ahora sí, parece
insostenible.
Es un
cliché decir que el dilema actual del chavismo es la “crónica de una muerte
anunciada”. Pero es la verdad. Maduro puede hacer todas las contorsiones
retóricas posibles, calificando la situación de “guerra del petróleo” y de
intento de “colonización mediante el colapso económico”, pero ningún otro país
en años recientes ha dispuesto de mayores recursos con peores resultados.
Ningún otro gobierno ha dilapidado sus ingresos de una manera tan temeraria.
Nadie más que el régimen chavista es responsable por esto. No hay conspiración
internacional que explique que las colas para comprar harina o jabón duren dos
días. Eso solo se explica por la existencia de un gobierno corrupto,
ineficiente, dedicado al culto de la personalidad y obsesionado con ocultar el
fracaso de un modelo que ya no hay forma de subvencionar.
Amartya
Sen demostró célebremente que nunca se ha registrado una hambruna en una
democracia consolidada. En cierta forma, la situación por la que atraviesa
actualmente Venezuela no solo demuestra su déficit fiscal, sino también su
déficit democrático. Las instituciones que han sido socavadas a lo largo de los
años, la iniciativa empresarial que ha sido obstruida, la oposición que ha sido
suprimida, la separación de poderes que ha sido anulada, son fuerzas que
hubieran evitado que el país se acercara tanto al borde del despeñadero. Una
democracia canaliza el descontento popular con eficacia. Una democracia
rectifica errores con prontitud. Chávez y Maduro se encargaron de ahogar esa
capacidad de respuesta. Ahora Maduro más bien aprieta el puño con mayor fuerza,
intentando acallar a quienes alzan la voz. Que Leopoldo López esté en la
cárcel, que María Corina Machado enfrente un juicio digno de una novela de
Arthur Koestler, no hace sino confirmar que el gobierno ha perdido el control.
No
debemos cometer el error de dar por sentado el fin de una era. Antes bien, es
la responsabilidad de todo demócrata, y no solamente de los venezolanos, ayudar
para que Venezuela logre hacer una transición democrática. La crisis de
legitimidad del régimen chavista tiene que ser contrarrestada por la
legitimidad de la oposición. Estamos frente a una verdadera coyuntura
histórica. Nos corresponde a todos colaborar para que ocurra un cambio, y
ocurra de forma pacífica.
La
prioridad no debe ser remover a una persona específica. Eso es un error que
otros países han cometido, derrocando líderes cuya salida no tuvo efecto sobre
la situación real. La prioridad debe ser la institucionalidad democrática. Lo
que es indispensable es restablecer el Estado de Derecho y la separación de
poderes. Lo que es indispensable es abandonar la perversa intromisión de las
fuerzas armadas en la vida civil. La legitimidad de la oposición debe derivarse
de su adhesión a ciertos principios, no de su ataque a ciertas personas. Debe
derivarse de su compromiso con el respeto a la institucionalidad y de su
negativa a utilizar la violencia como moneda de cambio. En este momento, nada
es más apremiante que la situación de desabastecimiento y racionamiento. Cuando
se trata de las necesidades más básicas, el riesgo de violencia escala. Por
eso, hoy quiero realizar un llamado a la oposición para que ejerza un liderazgo
responsable.
Y
realizo también un llamado a la comunidad internacional para que vuelque sus
ojos sobre Venezuela. Conozco bien la dinámica de las relaciones
internacionales. Sé que existe una competencia por la atención a nivel global,
y que Venezuela comparte el escenario con regímenes que presentan un riesgo más
cercano para las potencias mundiales. Sin embargo, quiero subrayar que estamos
en un punto de inflexión: en una Venezuela postrada económicamente, y aislada
políticamente, la presión internacional puede generar resultados positivos. La
primera condición debe ser, como lo he dicho muchas veces, la liberación de
todos los presos políticos. Cada día que Leopoldo López pasa en la cárcel, cada
día que se arrestan oficiales electos o estudiantes, es una violación a los
derechos humanos, a la Carta de las Naciones Unidas y a la Carta Democrática de
la Organización de Estados Americanos.
La
liberación de los presos políticos debe ser el primer paso de una estrategia
que lleve a un pleno restablecimiento de la democracia en Venezuela. Aunque
comprendo las diferencias de la situación actual en Venezuela con otras
transiciones en la historia mundial, también creo que hay lecciones que no
deberíamos olvidar. Mandela no hubiera logrado nunca el fin del apartheid si no
hubiera pensando en el propio de Klerk, en el Partido Nacional y en el papel
que habrían de jugar en la transición sudafricana hacia la democracia. No es la
división ni la venganza lo que llevará a Venezuela a un mejor futuro, sino la
inclusión pacífica e inteligente.
Yo
confío en que ha llegado la hora. Confío en que los venezolanos sabrán
reconocer que el régimen chavista pudo haber tenido, en sus inicios,
intenciones nobles, pero su fracaso es indiscutible. El modelo económico que
quizás alguna vez estuvo inspirado en la justicia social, ha desembocado en la
escasez y la necesidad. No hay que ser de derecha ni de izquierda para admitir
que no vale la pena preservar algo por su promesa. Las cosas se preservan o
desechan por sus resultados. Es hora de evaluar un experimento político que,
como tantos otros, se sostuvo sobre el espejismo de la bonanza económica que
trae un boom en los precios de productos primarios. Es hora de adoptar un
régimen que se sostenga, de una vez y para siempre, sobre valores democráticos”.
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